jueves, enero 26, 2006

Episodio N°5: Viento Espiral

Julián deambulaba por los senderos oscuros de la ciudad, en la noche del encuentro con su padre, repasando cada palabra que había preparado para ese momento tan esperado. Durante horas dio vueltas en circulos, se tomaba el pelo, lo estiraba y parecía formar figuras alucinógenas con los cabellos desordenados.

Mientras caminaba en la penumbra de una solitaria callecilla, divisó una pequeña ampolleta sembrada en el centro de una mesa de madera curtida por años de experiencia. A uno y otro lado, sillas que permitían cegar a la ansiedad y despejaban las tinieblas que, hasta entonces, oscurecían la tranquilidad de su haber.

Antes de reclinarse sobre el asiento, su mirada persiguió cada rincón del alma paternal. Intentó, con prestancia y lucidez, inmortalizar cada centímetro de la fragua que irradiaba su savia, los contornos de su piel masculladas por la experiencia, por la lejanía y el tiempo recorrido en sus pasos.

No hubo abrazos, solo una lágrima que recorrió lentamente las mejillas de Julián. El viento comenzó a cesar su fría presencia, permitió que los luceros alumbrarán la esfera circunscrita entre ambos seres, uniéndolos en una nebulosa suave como la manzanilla y dulce como la miel.

Así de cierto fue el intenso temor de abandonar la sombrilla que los resguardaba del amenzador infinito, poblado por algodones inundados de cierta agua de manatial perdido en el horizonte. El deseo de abrazarlo eternamente, viajar por las aventuras de su incanzable camino, hicieron de Julián una especie de péndulo enfrascado en la nada, una amalgama de pensamientos y sensaciones desordenadas, éxodo de toda concepción de diálogo ensayado arduamente en la soledad del recuerdo.

Sin embargo, alzó sus manos hacia el otro extremo de su lugar. Intento escribir versos entre los surcos de la piel de aquel hombre perdido en el espacio. Las miradas se confundían en un escenario de palabras insonoras, de cantos extraviados en la soledad de un cuadro volátil y perfectamente indescriptible.

Las gotas comenzaron a caer incesantes, golpenado la burbuja con la fuerza de un ejército intentando romper la calma de una fantasía. Un parpadeo, una sonrisa, una mano sobre la otra, la caricia desplegada durante vertiginosos segundos desesperados, la voz cegada y guardada en un tabloide mudo, la luz del farol dilatando su calor, rompió el silencio de la entrevista encuadrada en un óvalo de ensueño.

En esa callecita oscura, bajo el cielo aferrado a la tristeza, la mesa confundió los sueños con la frágil línea de la concordia con la realidad; ese pequeño mundo, donde los gallos rompen la calma del amanecer y las siluetas se dibujan en una carrera por el abrigo, Julián descubrió la debilidad de su corazón.

Sentado aun en la soledad del camposanto, intentando acariciar cada segundo de su encuentro con el patrono de sus anhelos, descubrió que la escenografía había decaído en la simpleza de una butaca sin comodidades, amparado bajo una esfera sostenida en el sudor de su mano nerviosa.

Aquella luz que albergó una químera, no era más que el resplandor del cristal chocando con una llama distante y la mesa, ese pedazo de madera que elevó el magis a la complejidad de lo real, se desparramaba en el suelo formando el perdón de los pecados.

La mirada desconcertada en la noche solitaria del encuentro, en medio del diluvio que adornaba el canto de la luna, recorrió cada cuadro de aquel asilo, buscando la respuesta o la esencia que se perdió entre el silencio y el fulgor del escenario. Su mejilla aun guardaba el recuerdo de una lágrima solitaria navegando por los mares de su rostro.


©2005, Amaro Silveira
Fotos: Internet

domingo, enero 15, 2006

Hechizo Azabache

Su voz siempre será una melodía inalcanzable, un as de luz cortando las nubes del invierno. Sus brazos arrebataron el sosciego de mi alma, las letras de su existencia virtieron semillas en el huerto del recuerdo secreto.

Su mirada desnuda mi razón con la ternura evocada, mezclándose con el oxígeno emancipándose desde su vientre, los diamantes que conforman sus estructuras seductoras y la calidez de su sonrisa azucarada.

Antes de golpear las puertas de su reino, el viento desparrama sus negros cabellos y sus manos vuelven a bordear las costas de mi espalda, en la burbuja que aquella noche conjuró su hechizo, desde un continente telefónico.

La ventana abierta, la silueta de su verbo florecido inundando los óceanos con la suavidad de su manantial, la trajeron como magia de su raíz. En ese espacio donde los cuerpos imaginarios se unieron en un pacto rescatado del pasado, unimos las entrañas en una oda indescriptible, suave y armoniosa como todos los campos de su reino, bendecidos por la mano delicada de su santuario San Tiago... un vuelo en éxtasis.

©2005, Amaro Silveira.
Fotos: Silveira, Rodrigo Núñez