sábado, abril 22, 2006

Destino Inseparable

(anagrama dormido en mis sueños)
La caída de agua inundaba la berma, mientras el revoloteo de cantos del infinito gimoteaba el piso con sus cristales húmedos. En la intersección de las calles Manquehue y Apoquindo, los bólidos seducían con el ronroneo de sus motores, a la espera del anuncio que les permitiera cortar el viento con su desesperada melodía.

La noche se vestía con una túnica gris, apagando los faroles estelares. El frío se apoderaba de los circuitos de la ciudad, manteniendo un ambiente de tensión en las miradas de los transeúntes. No se veía espectaculo tal desde aquella vez en la que un avión surco el cielo y cayó rendido en la cúspide del cerro San Carlos.

El reloj marcaba las diez menos cuarto, las personas caminaban un tanto presurosas bajo la lluvia, con sus abrigos y sombrillas de multiples tonalidades; otros simplemente utilizaban las páginas de la prensa para cubrirse del torrente que, para ese entonces, no había cesado desde el génesis del invierno. Los vólidos recorrían las calles velozmente, como la tinta de mi pluma en las hojas que resguardaban secretos y sueños.

Entre la multitud divisé su mirada seductora, su piel morena, tersa, volátil, surcando como una deidad los obstáculos del camino, abriéndose paso entre centenares de miradas despreocupadas que perdían la noción del tiempo a cada paso que su poesía hacía recitar en la avenida.

Su pelo parecía oro, reboloteaba en los espacios dejados por el viento, tejiendo la seda de su delicado espectáculo. Mientras todo eso se dibujaba a pocos metros del arco iris que me protegía de la cegadora lluvia, el lápiz corría presuroso, rompiendo el silencio del papiro con odas de fuego, baladas que acariciaban cada contorno de su haber acústico y la esculpían en las letras de mi canción.

Ella usaba una sotana oscura como aquella noche cubierta por los rombos poblados de rocío, perfilando su cintura tentadora y sus pechos llenos de leche y miel. Sus piernas desnudas entre los harapos parecían vertientes de vid, y sus pies escondidos en los tacos negros, un tesoro fascinante, el embrujo que se manifestaba en el hielo que recorrió mi espalda mientras sus ojos se hacían, cada vez más, más intesos y brillantes.

Esa mirada encantandora, castaños refulgentes como fragua de pasión, se hacía presente en el asiento que nos asilaba, como esperando la venida de alguna salvación o el carruaje que nos traslada hasta una dimensión desconocida, hermosa, cegadora, desconcertante, como cada episodio de nuestra historia.

Cerró la boca de aquel paraguas negro, la combinación de sed y ansiedad, de la naturalidad de su verbo hambriento y el legado de la noche que nos desbordó en una circunscripción perfecta, donde el aliento recorrió parajes infinitos, alimentados por el beneplácito de la sagrada benevolencia de su exquisita esencia.

Su perfume fue un manatial inundando las cortezas de un árbol, llenado de vida el paso del tiempo sin ella. Estaba iluminada, sentada con la simpleza de una flor enérgica y la lozanía de una reina en su trono de oro.

Mis pies comenzaron a agitarse desesperados, parecían evocar una melodía abstracta, casi inconclusa. Sus ojos se apoderaban de mi razón y mi poseer; en tanto, mis entrañas comenzaban a desvanecerse en una humedad similar a la que emanaba de mis manos nerviosa, intranquilas. La pluma detenida en el punto donde su piel y su corazón tomaban posesión de mis tierras, como conquistadora de un imperio, esperanban como centínelas en la pórtico del Edén.

Los autos y buses seguían su paso desenfrenado por la calle; parecían hormigas en franca labor de recolección. Las almas que circundaban nuestra esfera se disipaban, como advertidas de la brujería de su entera facultad. El reloj pasaba los minutos con la condecendencia de la eternidad. Mis manos recorrieron, lentamente, su rostro humilde y sus ojos cerraban el paso de la luz de la ciudad; en tanto, sus brazos comenzaban a entrampar mi cuerpo imperfecto, acercándolo hasta el altar de su comunión cautivadora.

La lluvia seguía su desfile impacable, limpiando los claroscuros de una capital manchada por la polución. Bajo la protección de la parada de buses, en medio del diluvio que decoraba la escena, nuestros cuerpos se unían en la concepción de un relato místico. Cada pedazo de tacto buscaba el calor de la piel, recorriendo cada surco de la carne con la delicadeza de pétalos rociando el suelo fértil.

El circulo que nos resguardaba, ausente de vidas ajenas y miradas entrometidas, permitió que mis extremidades abordaran el tren de sus pechos, cúmulos de néctar embriagador y las suyas, recorrieran la bondad de mi naturaleza masculina. En ese instante, sus luceros opacaron la luz de mis ojos, envolviéndonos en una nebulosa atractivamente desesperada y mágica. Allí, donde los sentidos se transforman en versos, las caricias coemnzaron a levantar las cúspides de su seno maternal, la fuente de la vida, mientras ella decifraba el acertijo oculto bajo el vientre.

La humedad de su verbo afloraba entre los vestigios de su abrigo. La pluma y el papel desgranaban la sensibilidad del monte de venus, permitiendo que sus labios construyeran un gemido celestial que embargó mis pertenencias. La humedad de la noche se disfrazaba de doncella, se hacia silencio y tenía nombre.

Antes de encumbrar mi planeador, recogí el manto celestial de sus entrañas y emigramos hasta los parajes donde la pasión se confunde con la razón. Allí, enredados entre la seda y la conjunción de la luna, su docilidad virtió el manjar en mis entrañas, sacudiéndose con maravillosa sincronización y la majestad de un sueño sideral.

Los contornos de su Edén, el paraíso soñado, los vestigios de un imperio acaudalado, el deseo hecho realidad, el cuarto menguante que me hace esclavo de su ser, de sus hábitos, de toda la presencia celestial que gira entorno a las hojas azabache dispuesto en la flora sumergido entre sus piernas, fuentes de milagrosa savia, vertigo de mi razón, fuerza de mi corazón, deseo del tiempo, misterio dulce y poema arcano. Ella es la tinta que dibuja mares y olas en la soledad de las hojas platinadas.

La luna como testigo del aforismo anhelado en el secreto de un tesoro acurrucado en mis poros, el viento calmo y las lágrimas celestiales brindando una escenografía cada vez más dócil y seductor. Allí estabamos, como dos perfectos desconocidos, como dos almas que se encuentran en el ombligo de un camino eterno, como estrellas en busca de un infinito propio. El fulgor de mis entrañas no se calmaba y mi vertiginosa ansiedad buscaba, una vez más, el rincón donde comenzó a resucitar mi alma.

En la cuarta noche del invierno, Paulina abandonó el cubo que albergó los secretos desenfrenados de un mundo circunscrito en palabras, sueños y pensamientos, hasta ahora, absurdos. La intersección de Manquehue y Apoquindo, testigos del florecimiento de campos de maná, aguardan la reconstrucción del legado seductor de nuestro epigrama.

Enredado en las sábanas, que aun guardan el aroma de su esencia prodigiosa, las letras dibujan estrellas y los lirios adornan el recuerdo de tus entrañas soñadoras, aguardando la renovación de nuestro secreto que nos envuelve en campos colmados de vid inmortal.

Otra noche sentado en el paradero, observando la calle cubriéndose de agua, acostado en mis cuadernos y el paraguas reclinado en tu trono, esperando la virtuosidad del umbral de tu fogosa esencia...

©2006, Amaro Silveira
Fotos: concursosojodigital.com, avecesescribocartas.com

3 comentarios:

Matamoros dijo...

veo que aún sigues conciente de todo, algo muy dificil ene stos tiempos en que todo pasa tan rapido. todo bien cabro. Tu blog esta la raja. Oye cambie de dirección, porque yaycos is dead. Ahora somos vecinos.
http://desiertomidi.blogspot.com, ese es el lugar desde ahora.
estamos blogeandonos man.
chau
mauricio

Cursivas dijo...

Que buena historia para el invierno...

Saludos,

SONY_EXTREME dijo...

Buena descripción, me llevó casi a estar ahí, me "suena" tu relato a un par de minutos, que los describiste de manera poetica y con pincelazos de erotismo, buen relato, buena ide ademas desconectarse de esa forma, al esperar la locomoción....
saludos.