Paso un tiempo antes de verla aparecer. Sus ojos parecían dos linternas en medio de la soledad del cuarto. El velo formaba olas en la ventana, mientras sus manos acariciaban los secretos de su esencia. Recostada en la pared, su silueta dejaba un halo de humedad seductor, bañando sus costas con el suave aroma de la perdición.
Su boca recorrió mi haber y un tempano se posó en el génesis de mi columna, acariciada dócilmente por la seda de sus dedos. La recogí entre los brazos y su verbo extirpó un soliloquio arrullador, rompiendo el silencio que embargaba al tiempo.
Sus labios, carne mezclada con avellanas, dibujaron surcos en mi vientre, mientras recorría sigilosamente la mancedumbre de sus entrañas que comenzaban a inmortalizar manantiales de loca carrera.
El viento calmó su aventurado galope. El vértigo se apoderó de nuestros cuerpos en la penumbra de aquella coalición azucarada, depositándonos en una nebulosa testigo de esa debilidad.
©2005, Amaro Silveira
Foto: Kute
Su boca recorrió mi haber y un tempano se posó en el génesis de mi columna, acariciada dócilmente por la seda de sus dedos. La recogí entre los brazos y su verbo extirpó un soliloquio arrullador, rompiendo el silencio que embargaba al tiempo.
Sus labios, carne mezclada con avellanas, dibujaron surcos en mi vientre, mientras recorría sigilosamente la mancedumbre de sus entrañas que comenzaban a inmortalizar manantiales de loca carrera.
El viento calmó su aventurado galope. El vértigo se apoderó de nuestros cuerpos en la penumbra de aquella coalición azucarada, depositándonos en una nebulosa testigo de esa debilidad.
©2005, Amaro Silveira
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