Volví a caer en su velo siniestro. Los pliegues de su cintura rompieron la resistencia de la razón, cayendo en el abismo de sus brazos, enlazando la carne nerviosa y desorientada. Su manto de rosas cegó la voluntad, desprendió de sus pétalos la dulzura de su verbo, uniendo los cuerpos en un clímax desconocido, perfectamente delineado por la tinta del apóstol.
Como si fuese poco, sus labios forjaban caminos entre el pecho y mis muslos, escribiendo sueños acaramelados, inundados por el placer de la lluvia brotando por los poros. Su alba agraciada fue el éxtasis de una noche inacabable; la fortaleza de los prohibido se deshacía en el cansancio, mas el secreto de su mirada alimentó el diálogo corporal, encadenando versos hasta el ocaso del tercer verso del invierno.
Como si fuese poco, sus labios forjaban caminos entre el pecho y mis muslos, escribiendo sueños acaramelados, inundados por el placer de la lluvia brotando por los poros. Su alba agraciada fue el éxtasis de una noche inacabable; la fortaleza de los prohibido se deshacía en el cansancio, mas el secreto de su mirada alimentó el diálogo corporal, encadenando versos hasta el ocaso del tercer verso del invierno.
©2005, Amaro Silveira
Foto: Kute
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