No lo voy a usar como excusa, pero es cierto que vengo saliendo de un resfrío y del cual aun queda esa maldita tos que no se va, producto – entre otras cosas – de mi adicción al cigarro. En fin, en el primer entrenamiento sentí el pesar del tiempo en mi cuerpo; es que más de doce meses sin mantener una rutina atlética pasa la cuenta al fin y al cabo.
Desde el jueves estuve con la conciencia intranquila, pensando en presentarme o no a la cita del domingo. Por un lado pensaba en el compromiso conmigo mismo y con el equipo, que, por lo demás, es el de mi colegio; por otro lado, divagaba en el particular estado físico en el que me encuentro, en lo deprolable de mi resistencia y capacidad aeróbica, detalles que inclinaban la balanza hacía la posibilidad de quedarme enrredado en las sabanas.
A ello debo sumar el cumpleaños de un amigo, de aquellos buenos amigos que están en todas pero que ves poco por distintas razones. Sin embargo y contra cualquier predicción, me levante dos horas antes de la citación, pudiendo arreglar mi equipo con total tranquilidad y hasta con la oportunidad de tomar desayuno.
Hasta yo estaba impresionado de mi voluntad, cosa que no es muy regular en mi persona, privilegiando mcuhas veces el sueño por la actividad. Además, esa actitud me evocó el pasado, tiempo en el que con suerte dormía dos horas y llegaba con contusiones de extrema gravedad a las convocatorias del equipo de fútbol, lo que me valió la mayoría de las veces cumplir un papel muy “charcha” o, simplemente, verme relevado al banquillo de los suplentes.
Ni hablar. En el rato que estuve preparándome para el duelo, vale decir, vistiéndome y en el calentamiento, seguía pensando en la posibilidad de hablar con el entrenador – que, por lo demás, es amigo mio – para que me dejara en la banca y entrar bien avanzado el segundo tiempo.
Sin embargo, para mala suerte mia, el confió demasiado en mi capacidad, perdida ya con el tiempo por cierto, y me llamó a integrar el equipo que empezaría el partido. La verdad no me atreví a decirle lo que tenía pensado, porque la charla que dio al equipo, minutos antes de comenzar el partido, fue demasiado motivante y me engrupió al punto de olvidar que estaba total y absolutamente fuera de training. Me creí el cuento.
El pitazo inicial fue la teja que me aplastó la cabeza, porque fue el momento preciso para decir: “¡WEÓN!” Sí, la verdad es que estabamos jugando contra el viento en una cancha de tierra – y si que hacía viento ese día – y yo con el gallinero en la garganta a punto de estallar.
Estaba jugando de lateral izquierdo (y yo soy diestro) y tenía a un gordito al lado; yo me dije: “Este guatón nica me pasa”. Y me paso, y dos veces, me saco fácil como 3 segundos de distancia, lo que vendría a ser unos 2 metros que, en el estado físico en el que me encuentro, era como caminar desde La Chimba a Coloso o de Las Condes a Pudahuel.
Y esperate que habían pasado como 20 minutos recién. En ese momento me acorde de lo que nos dijo el Hugo antes de entrar a la cancha: “Al tercer error, se va de la cancha”. Yo, en mi fuero interno y tratando de quedar botado de nuevo, pensé: “Prefiero quedar como un weón charcha, pero no estoy ni por ahí que el guatón haga un gol por mi culpa”.
Sí, sí, debí esperar un rato más, pero estaba demasiado ahogado. Yo no soy ni masiso ni gordo, pero el consumo de cigarro es demasiado en mi persona que ya perdí la cuenta de cuentos consumo al día. Hací que le dije al Hugo: “¡CAMBIO!” y me miró con una cara de tristeza, que no logró aplacar mi decisión.
Me sacaron y a pesar de lo que yo pensaba, no se burlaron mis compañeros; lo que sí tuve que hacer fue explicar como quince veces y a distintas personas el por qué de mi precipitada salida del juego.
De lo único que me arrepiento de ese día domingo fue de la decepción que le di a mi amigo, al Hugo, porque depositó su confianza en mi. Pero estoy satisfecho, porque en los pocos minutos que duré en la cancha cumplí un buen desempeño; o sea, el guatón me paso dos veces, pero de ahí nunca más, y no presisamente porque ya no estaba en la cancha, si no jugué tan mal.
Cumplí un cometido digno de jugador que vuelve a las ligas mayores, cual Marcelo Salas después de un tiempo prolongado de recuperación. Espero sí, poder conseguir esa titularidad y entregar lo mejor de mi juego,aunque poco sea; y lo principal, recuperar el estado físico, porque no es posible cansarse en la escalera del edificio de cinco pisos.
Foto: Internet
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