Vamos a ver. Hoy es jueves 18 de agosto, un día importante para Chile. No, para Fiestas Patrias falta un mes todavía, así que no piense que estoy borracho o ni tampoco estoy loco; pero, en realidad, hoy es una fecha que debiera ser significativamente relevante para todos nosotros. ¿Todavía no sabe de que hablo?
Le explico. Hace poco tiempo, se eligió el mes de agosto como el período en el que recordamos la figura del Padre Alberto Hurtado Cruchaga s.j., un personaje entrañable de la historia de este país consumido por la rutinaria competencia de poderes y cada vez más egocéntrica. Le aclaro que hablo de Chile y no de Argentina.
Así es, agosto es para nosotros el “mes de la Solidaridad” y el 18 de agosto es el Día de la Solidaridad. ¿Y qué significa eso? Hay algunas personas que piensan que es el tiempo para cosechar buenas acciones que le permitan tener su asiento asegurado en el Edén; otros, simplemente no tienen idea que es lo se festeja o conmemora, y, por ende, siguen con su rutina normal y despreocupada.
Más allá de abrir el corazón a momentos de compartir con otros en condiciones inferiores a la de usted o yo, la idea de este tiempo es crear conciencia del rol que cumple cada ente de la sociedad chilena respecto de la superaciuón de la pobreza y como concientizarnos de que tal misión nos compete a cada uno de nosotros, tanto individual como comunitariamente.
Sí, es cierto que la mejor forma de tomar el “toro por las astas” es la acción, tal cual lo hizo Alberto en su tiempo; eso vale más que mil palabras que se puedan intercambiar o discutir alrededor de una mesa, porque la verdad es que balbucear esquemas y soluciones posibles no sirve de nada si no hay interés de hacer e invertir en el progreso de la sociedad y el sustento de las personas en el tiempo. Con eso quiero decir que los políticos no son más que un conjunto de muchas palabras pasivas y vacías.
Volviendo al tema, porque los políticos no pueden empañar la magnitud del tiempo que estamos viviendo – ese mismo que, quizás, por falta de promoción o desinterés suyo, no tiene idea que está viviendo -, el mes de la solidaridad nos invita a reflexionar entorno a la imagen que inmortalizó Alberto Hurtado en el tiempo.
Este es el momento presiso para recoger el alma y tomar las herramientas para actuar. ¿A qué me refiero? Es bueno tener en el año un tiempo donde el espíritu se recoja y tenga esa pequeña comunión interior de reflexión, de análisis de nuestro desempeño en el mundo, cuánto es lo que aportamos en la sociedad para mejorarla y hacer de este mundo un lugar donde todos, sin excepción, podamos vivir sin contratiempos fijados por argumentos materiales y vanales.
Insisto con la figura del Padre Hurtado, porque él fue más que el Hogar de Cristo; de hecho, él fue un testimonio de la tarea evangelizadora que Cristo, en su tiempo, intentó legar a todo el mundo. Alberto cumplió una misión en el mundo, que llenaba de goce su corazón y sus extremidades, y fue capaz de vivir con tanta fogocidad cada uno de los días que vivió.
Fue capaz de entregar tiempo y espacio a personas que no contaban con los medios para vivir modestamente. Y lo más interesante es el desinterés con que realizó cada una de las acciones que recordamos al momento de nombrarlo.
Es cierto que el mundo está muy cambiando desde aquel tiempo en que Alberto recorría las calles en busca de niños, jóvenes y ancianos pobres que vivían bajo los puentes del Mapocho. El nivel de agresividad de la sociedad chilena actual ha conllevado el aumento de la delincuencia, la violencia intrafamiliar, las violaciones físicas y a los derechos a la vida, las riñas callejeras, los homicidios y tantos sucesos negativos – y desagradables, por lo demás – que podemos revisar a diario en los medios de comunicación.
Sin embargo, hay figuras contemporaneas que marcan una presencia distinta, que salen del común de la gente, que rompen esquemas. Las hay y varias, aunque no todos sean del agrado de todo el mundo, pero los hay y eso es lo importante.
Si me preguntan, creo que Benito Baranda encarna el testimonio de Alberto Hurtado. Me parece que es una persona consecuente y coherente, donde su actuar es la legitimación de su decir. Su lucha es constante, es atrevida, es dificilmente menoscabada por el infortunio de la incertidumbre que pesan sobre las decisiones para conseguir las materias para desarrollar los distintos programas de superación de la pobreza. En fin, es un caballero indomable y ferro perseguidor de su magis, de seguir aquella mítica frase: “Dar hasta que duela”.
Me imagino que son pocos los casos que llegan al punto de entregar todo en pos de un bienestar común y no el propio. Me imagino que dentro de mi grupo de amigos debe haber seres como Benito, que buscan el mismo ideal o que, por lo menos, ayudan al logro de ese objetivo.
En este sentido, es importante recalcar que el compromiso es de todos nosotros, no solo de unos pocos. Quizá el grano de arena que podemos dar no está en el trabajo palmo a palmo con la gente de escasos recursos, porque, como muchas, está en la formación de personas en esa conciencia social que nos debiera atar en todo momento, no solo en el mes de la solidaridad.
Sí, porque es muy bonito ayudar en momento de grandes crisis o desvatadoras catátrofes, presisos instantes donde a todos – o la mayoría- se les hablanda en el corazón y aportan con dinero, alimentos no perecibles u otros implementos. Pero deberíamos ir más allá, porque lo material no siempre va a estar presente, porque la gran crisis de Chile no ocurre esporádicamente, sino que la tenemos todos los días frente a nuestras narices: ¡LA POBREZA!
Entonces, ¿Cabe discutir esto con personas cercanas? Sí, pero es trascendental llevar todo lo hablado a la práctica. Como digo, creoq ue desde distintos lugares podemos colaborar a superar la pobreza o, por lo menos, mejorar y alegrar un poco la vida de nuestros congéneres, nuestro prójimo, porque construir canchas y plazas, creanme, no ayuda de mucho si no hay un apoyo humano detrás, de aquel que trasciende el espíritu y, además, lo enriquece.
Sería bueno que dejemos de pensar en el mes de la solidaridad – para los que lo sabían y los que no... también- es el único tiempo para ayudar. Esto es una tarea constante, es una entrega diaria, es un testimonio que forma parte de la rutina y es de todos, no sólo de los jóvenes o de algunos adultos; tampoco es solo de los empresarios. Inisisto, es tan tuyo como mío, como del Presidente como de la señora que barre la calle en la madrugada.
Le explico. Hace poco tiempo, se eligió el mes de agosto como el período en el que recordamos la figura del Padre Alberto Hurtado Cruchaga s.j., un personaje entrañable de la historia de este país consumido por la rutinaria competencia de poderes y cada vez más egocéntrica. Le aclaro que hablo de Chile y no de Argentina.
Así es, agosto es para nosotros el “mes de la Solidaridad” y el 18 de agosto es el Día de la Solidaridad. ¿Y qué significa eso? Hay algunas personas que piensan que es el tiempo para cosechar buenas acciones que le permitan tener su asiento asegurado en el Edén; otros, simplemente no tienen idea que es lo se festeja o conmemora, y, por ende, siguen con su rutina normal y despreocupada.
Más allá de abrir el corazón a momentos de compartir con otros en condiciones inferiores a la de usted o yo, la idea de este tiempo es crear conciencia del rol que cumple cada ente de la sociedad chilena respecto de la superaciuón de la pobreza y como concientizarnos de que tal misión nos compete a cada uno de nosotros, tanto individual como comunitariamente.
Sí, es cierto que la mejor forma de tomar el “toro por las astas” es la acción, tal cual lo hizo Alberto en su tiempo; eso vale más que mil palabras que se puedan intercambiar o discutir alrededor de una mesa, porque la verdad es que balbucear esquemas y soluciones posibles no sirve de nada si no hay interés de hacer e invertir en el progreso de la sociedad y el sustento de las personas en el tiempo. Con eso quiero decir que los políticos no son más que un conjunto de muchas palabras pasivas y vacías.
Volviendo al tema, porque los políticos no pueden empañar la magnitud del tiempo que estamos viviendo – ese mismo que, quizás, por falta de promoción o desinterés suyo, no tiene idea que está viviendo -, el mes de la solidaridad nos invita a reflexionar entorno a la imagen que inmortalizó Alberto Hurtado en el tiempo.
Este es el momento presiso para recoger el alma y tomar las herramientas para actuar. ¿A qué me refiero? Es bueno tener en el año un tiempo donde el espíritu se recoja y tenga esa pequeña comunión interior de reflexión, de análisis de nuestro desempeño en el mundo, cuánto es lo que aportamos en la sociedad para mejorarla y hacer de este mundo un lugar donde todos, sin excepción, podamos vivir sin contratiempos fijados por argumentos materiales y vanales.
Insisto con la figura del Padre Hurtado, porque él fue más que el Hogar de Cristo; de hecho, él fue un testimonio de la tarea evangelizadora que Cristo, en su tiempo, intentó legar a todo el mundo. Alberto cumplió una misión en el mundo, que llenaba de goce su corazón y sus extremidades, y fue capaz de vivir con tanta fogocidad cada uno de los días que vivió.
Fue capaz de entregar tiempo y espacio a personas que no contaban con los medios para vivir modestamente. Y lo más interesante es el desinterés con que realizó cada una de las acciones que recordamos al momento de nombrarlo.
Es cierto que el mundo está muy cambiando desde aquel tiempo en que Alberto recorría las calles en busca de niños, jóvenes y ancianos pobres que vivían bajo los puentes del Mapocho. El nivel de agresividad de la sociedad chilena actual ha conllevado el aumento de la delincuencia, la violencia intrafamiliar, las violaciones físicas y a los derechos a la vida, las riñas callejeras, los homicidios y tantos sucesos negativos – y desagradables, por lo demás – que podemos revisar a diario en los medios de comunicación.
Sin embargo, hay figuras contemporaneas que marcan una presencia distinta, que salen del común de la gente, que rompen esquemas. Las hay y varias, aunque no todos sean del agrado de todo el mundo, pero los hay y eso es lo importante.
Si me preguntan, creo que Benito Baranda encarna el testimonio de Alberto Hurtado. Me parece que es una persona consecuente y coherente, donde su actuar es la legitimación de su decir. Su lucha es constante, es atrevida, es dificilmente menoscabada por el infortunio de la incertidumbre que pesan sobre las decisiones para conseguir las materias para desarrollar los distintos programas de superación de la pobreza. En fin, es un caballero indomable y ferro perseguidor de su magis, de seguir aquella mítica frase: “Dar hasta que duela”.
Me imagino que son pocos los casos que llegan al punto de entregar todo en pos de un bienestar común y no el propio. Me imagino que dentro de mi grupo de amigos debe haber seres como Benito, que buscan el mismo ideal o que, por lo menos, ayudan al logro de ese objetivo.
En este sentido, es importante recalcar que el compromiso es de todos nosotros, no solo de unos pocos. Quizá el grano de arena que podemos dar no está en el trabajo palmo a palmo con la gente de escasos recursos, porque, como muchas, está en la formación de personas en esa conciencia social que nos debiera atar en todo momento, no solo en el mes de la solidaridad.
Sí, porque es muy bonito ayudar en momento de grandes crisis o desvatadoras catátrofes, presisos instantes donde a todos – o la mayoría- se les hablanda en el corazón y aportan con dinero, alimentos no perecibles u otros implementos. Pero deberíamos ir más allá, porque lo material no siempre va a estar presente, porque la gran crisis de Chile no ocurre esporádicamente, sino que la tenemos todos los días frente a nuestras narices: ¡LA POBREZA!
Entonces, ¿Cabe discutir esto con personas cercanas? Sí, pero es trascendental llevar todo lo hablado a la práctica. Como digo, creoq ue desde distintos lugares podemos colaborar a superar la pobreza o, por lo menos, mejorar y alegrar un poco la vida de nuestros congéneres, nuestro prójimo, porque construir canchas y plazas, creanme, no ayuda de mucho si no hay un apoyo humano detrás, de aquel que trasciende el espíritu y, además, lo enriquece.
Sería bueno que dejemos de pensar en el mes de la solidaridad – para los que lo sabían y los que no... también- es el único tiempo para ayudar. Esto es una tarea constante, es una entrega diaria, es un testimonio que forma parte de la rutina y es de todos, no sólo de los jóvenes o de algunos adultos; tampoco es solo de los empresarios. Inisisto, es tan tuyo como mío, como del Presidente como de la señora que barre la calle en la madrugada.
Fotos: Internet
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