Transitando entre el refulgente amarillo de la luz cegadora
Y el rojo de la sangre ebullendo de las cataratas del corazón;
Por supuesto, el calor de su ser agitó el contorno de mi cuerpo
Dejándolo con un sudor casi escalofriante y asqueroso
De aquellos que solo una fiebre de invierno puede patear sin precausión alguna.
Eran casi las ocho de la mañana, un viento frío intentaba mediar en la pugna instaurada entre el cielo y la tierra
Los minutos corrían presurosos como corceles de un apocalipsis jamás imaginado en los sueños
Que, hasta ese momento, no eran presagio de desgracia alguna
Parecían mas bien, bendiciones y caramelos de alguna deidad majestuosa
Sagrada por decir lo menos;
Los ruidos de la ciudad comenzaban a martillar las paredes de la cárcel inserta dentro de un plano maqueavélico
Algo parecido al rechinar de las ollas contras las piedras de un camino incansablemente agotador.
La mañana no quería callar su epitafio premeditadamente construído en una fragua mortal
Donde el alma no transita sin dejar su cuerpo impávido sembrado en un desierto incauto o inherte
Manchado con ciertos colores anormales y pigmentos que parecen venir de la desgracia.
El café de aquel día concentraba todo el destino aun desconocido
Estaba negro y opcao, agrio y desbastador, sucio y cuajado en su piscina de porcelana barata
Sin un atisbo de alegría, perdido en su propia realidad y esperando el momento para esfumarse en alguna glándula oculta a los ojos humanos.
El frío del cuerpo traspaso el umbral de lo desquiciadamente presente, de lo humanamente soportable
Al tiempo que el sol golpeaba la ventana sin el mínimo respeto por la quietud del ambiente
Intentando resquebrajear el destino, el presente, el pasado y todo cuanto poseía.
Aun no tenía conciencia, pues,a letargado como estaba, pensaba aun en el sueño desnudo de la noche anterior.
Sí, intentaba recordar rostros y acciones,
Porque parecían increíblemente despanpanantes
Y, ante eso, cualquier intento por quebrar la tensión de ese climax
Era una sórdida pérdida de naturalidad, o, mas bien, una aguja dispuesta a acurrucarse en un rincón de la cama.
Mas pronto que tarde, todo aquellos ruidos molestos
Entendieron que la plácida virtud del ser no estaba en el tormento de la mañana
Se encontraba disvariando entre el fáctico complemento del oxígeno y la fatalidad de un recuerdo masticado con pétalos de manzanilla.
El correr de los minutos, un sórdido y despiadado dolor en lo alto de los montes
Gatillaron el último disparo de un revólver caucásico y escondido en la maleza del cuarto
Que, para ese entonces, ya se tornaba cada vez más tempestad y gritos desde la penumbra del olvido y el temor
Pensando cómo se siente estar vivo, inmerso dentro de una burbuja de sabrosos aromas
Y vertientes de aguas cristalinas y dulces
Bebidas que inundan el alma con manjares y lo visten de pomposos harapos de miel.
Mas, el desenlace no bastaría para atardecer el silencio
Tampoco para acallar al corazón sosegado por la vertiginosa carrera de un mandamiento apocalíptico;
En ese cielo resquebrajeado, se escondia la tradición infundada de un verso de hiedra
Un veneno desperdiciado por la somnolencia de una grieta invisible en la historia
Y, de por sí, tentador como las garras de un demonio incauto
Apoderándose de cada sigiloso paso que transcurre en la tinta teñida de rojo.
La espina que punzó la eternidad
Fue el colapso del cielo, la tortura de la noche desolada
El martirio de un sentimiento, de un proyecto o una pintura a medio terminar
Una casa cayéndose a pedazos
La noticia que enmudece al semblante acariciado por la crema de sus ojos
El destino cubierto por una gruesa tela de grises manos
Un caleidoscopio manufacturado por una insensible oración cuadriculada
El último súspiro de las líneas de un cuaderno abandonado en un closet.
Sentado ahí, impávido y asustado, la negra maldición pareció desgarrar la carne
Los sueños que se transformaban en cenizas viajando hasta el cubículo de tierra
Incrustado en el tallo de una rosa marchita por la niebla y por cruenda realidad
El deseo que rebaso el límite de los permitido,
El sabuezo que masculló los caminos llenándolos de ahogantes tentaculos de maldición desfundada
Carma que se asfixia en el pensamiento y en la calma de una cruce de miradas perdidas.
La vista perpleja en un punto desconocido
En el sacrilegio de los templos sagrados de la carne
En la invasión al perpetuo verbo del Edén descubierto por aprendices manos
Esperando que los látigos se incrusten en cada pedazo de piel y la desgarren como el fuego dilata la madera en una hoguera
Asfixiando todo cuanto vida tendría que dejar de resplandecer
Si acaso alguna vez logró llegar a la cúpula de la inmortalidad
Añorada en ese preciso momento
Cuando, justamente, un centinela del mal se encarga de hacer presente su custodia de cuanto vibra en el ser
Desde las entrañas hasta el génesis de la lid.
Aquella noche en que la inocencia se marchitó
En la que los pequeños sorsales crecieron en una carrera desenfrenada por alcanzar la cúspide de la cordillera
Donde se vistieron de un alba jamás conocida
Y se presentaron como delicados toques de cristal resplandeciente
Como gotas de manatial
Ahora, comenzaban el pesar de la muerte incondicional
Imprenetrable, despiadada e incurable,
Donde solo un grito puede acabar la condena de la confianza y la esperanza
Un aullido lejano, solitario, silencioso, doloroso,
Tentador para los débiles y mortificante para la sólides del paraíso.
¿Opciones? No las hay
Están tan enterradas en la ansiedad de una mirada ausente
Como pronto lo estarán los huesos que serán rescatados de su perdición,
Pues, el maldito demonio inmune no perdonó los pecados del placer
Los convirtió en una pesadilla sin regreso
En una trama cortada por las tijeras del destino
La transformó en lava que destrona a los cautos
Los desviste como la tarde se encarna con el cuarto menguante que no volveré a presenciar
De la historia que será arrojada al mar
Con un final irrefutablemente asqueroso y despreciable
Estático y débil colgado de un río de coagulos de vid.
El nombre qudará plasmado en un tatuaje condenatorio
En aquella sala fría, iluminada por una luz pálida como el rostro infertil en el lecho
Allí estará la última letra de una nota que entonó himnos
Que masculló el arado de la tierra y cultivó trigos en vidas perfectas
Y, antes de caer en su propia trampa, la mesa de papel
Se derrumba como un palacio de naipes negros.
Cuando ese momento llegué, te guardaré un lugar en mi casa
Te esperaré con una taza de café caliente y una rebanada de amor
Pues, si la inocencia es parte de la estupidez
Y las tinieblas son el cuadragésimo segundo de la vida
Entonces, comprenderé que ese pulgar en alto
Es la guarida que aguarda la sonrisa de un consuelo eterno
En medio del desierto acallado por el soplido de la arena;
El fuego enmarcará tu historia en un testamento
Para que los demonios inmunes no vuelvan a escribir trozos en algún diario de la prensa local
O en la historia de algún buen pasar...
[© Septiembre 5, 2005]Fotos: Kute, Jorge World
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