Bese sus mejillas, esas amapolas frescas y tersas, enbaucando un pedazo de su aureola celestial. Entonces, sus manos recogieron mi haber y viajaron hasta el tercer capítulo de una historia desconocida.
Entre el arco iris y la cegadora luminosidad de la realidad, su cuerpo jugaba y enceguecía mi visión; sus labios, rojos como el seno de una fragua y delicados como los pétalos de una rosa, estamparon versos en cada rincón de mi cuello. Mis manos desnudaron sus manatiales de leche y su esfinge de fertlidad, a la vez que las de ella esculpían el misterio del ímpetu.
En el secreto de aquel rincón de narcotizante, una daga acarició pulcramente la suavidad de su verbo, elevando el canto a la intesidad de un bemol alto. Sus pupilas se centraron en mi mirada y su respiración se agitó con los zarpasos de cada estocada.
Casi desahuciados en la penumbra de aquella nebulosa, nuestros cuerpos temblorosos y humedecidos por la delirio, sucumbieron ante las energías abandonadas en el estremecimiento del vértigo. Después de unas horas, todavía sus brazos se encadenaban a mi cuello, nuestras miradas cegadas por su prisma y mis dedos acariciando su espalda; una palabra colmaría de miel la espera del próximo capítulo.
©2005, Amaro Silveira
Foto: Jorge World